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La educación en la encrucijada

  • Foto del escritor: Arte Parte
    Arte Parte
  • 17 oct
  • 7 Min. de lectura

por Iván Mantero


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"Profe, ¿para qué nos sirve entender esto si no lo podemos cambiar?", me preguntó una estudiante la clase pasada cuando estábamos realizando un cierre conceptual del eje Cultura y Poder, en la materia Prácticas Culturales (PC), que dicto en la UNAJ. La materia, según el programa vigente, "busca aportar herramientas a las y los estudiantes para que se pregunten sobre los procesos de construcción de la cultura", y la intervención de la estudiante daba cuenta de un creciente proceso de desnaturalización que se manifestaba en su razonamiento. La pregunta nos permitió profundizar colectivamente el razonamiento y comprender que el conocer los mecanismos conflictivos mediante los cuales se definen los sentidos socialmente válidos nos posibilita pensar nuestra propia acción cultural individual y colectiva, nuestra mirada como profesionales, como ciudadanos. A fin de cuentas, todo aquello construido por las personas puede ser modificado por las personas, y el futuro se construye en las acciones que realizamos hoy.

Pero más allá del fecundo debate que suscitó la intervención de la estudiante (y que no se agota en las reflexiones expuestas), esa pregunta tiene implicancias más profundas: ¿podemos cambiar la realidad en la que nos encontramos? y ¿qué pasa  con la educación como espacio para pensar y debatir esos cambios?

La pregunta de una joven estudiante que empieza a comprender los mecanismos de la cultura y que siente que "no los podemos cambiar" nos interpela como sociedad en general, y en particular, como docentes de un sistema educativo que no se está formulando las preguntas necesarias cuando una generación se pregunta "¿para qué nos sirve entender?"

Diversos autores han acuñado en las últimas décadas la idea de que vivimos en un nuevo tipo de sociedad: La Sociedad de la Incertidumbre. Pero como suele pasar con las nociones de las ciencias sociales, su utilización masiva desde los medios de comunicación (por lo tanto su masificación) suele venir acompañada de una pérdida de rigurosidad, una banalización del debate de fondo que las transforma en slogan. De este modo, lo que fue una conceptualización crítica de la sociedad actual, pasa a ser un slogan que la explica y justifica desde el sentido común, como una fuerza de la naturaleza, un designio divino, una nueva Torre de Babel en la que la incertidumbre es impuesta como castigo por nuestros pecados. Y si la vida ES incierta, ¿para qué nos sirve entender? Y es en lo profundo de esa pregunta donde la educación como proceso social tiene que dar respuesta.

¿La vida es incierta? Siempre lo fue, nadie sabe a ciencia cierta qué sucederá en el minuto siguiente al que estamos leyendo estas líneas. Bruno Latour en su libro "Nunca fuimos modernos" critica el mito de la modernidad fundado en la dicotomía entre naturaleza y cultura, esa idea de progreso lineal donde el capital avanzaba ilimitada e infinitamente y que nos llevó a la crisis humana y medioambiental en la que nos encontramos hoy. Entonces no vivimos en una sociedad que ES incierta por designio divino, vivimos en una sociedad que manifiesta en su incertidumbre su estadío de crisis sistémica: una sociedad que moviéndose irracionalmente tras el mito moderno de un desarrollo lineal, encontró los límites de un mundo finito, y empezó a autofagocitarse. La incertidumbre del "sálvese quien pueda".


Dos publicidades, una radiografía de época

Las disputas simbólicas de cada momento de la historia suelen encontrar un correlato en el ecosistema de publicidades que encontramos en los medios de comunicación y en las redes sociales. De este modo, por ejemplo, durante el auge del Macrismo y su discurso meritocrático, Chevrolet lanzó una publicidad titulada "Meritocracia" que se volvió icónica de esa perspectiva y que reforzaba ese imaginario hegemónico. Por otro lado, encontramos ejemplos de cómo cuestionamientos al orden del discurso hegemónico se filtran en las publicidades, como lo demuestra el impacto de la marea verde, del movimiento de mujeres, en la "evolución" de las propagandas de "Mr. Músculo" (producto de limpieza), que pasó de ser un superhéroe musculoso que le llevaba la solución a la mujer para que ella limpie, a ser un hombre debilucho que tenía que limpiar y lo hacía bien usando el producto. En estos días vemos como un banco utiliza el término "adentro" para capitalizar el descalabro político del gobierno que se hizo famoso diciendo "afuera".

Pero para mi reflexión sobre la educación y su encrucijada quiero referirme a otras dos publicidades que para mí son bastante icónicas del nuevo horizonte que los sectores hegemónicos a nivel global impulsan. En la primera publicidad, un joven camina por la calle mirando en su celular el desplome de los mercados mientras un meteorito cae sobre la tierra. La gente a su alrededor está en pánico, se cae al piso, unos pisan a otros en el desesperado intento de huir, pero él camina sereno mientras observa el derrumbarse de los mercados en su celular a medida que el meteorito se acerca. Crece la desesperación, crece el desplome, se acerca el meteorito, y cuando está a instantes de impactar con la tierra el joven compra apretando un botón en la pantalla de su celular. En ese instante el meteorito se desintegra por acción de la atmósfera, los vellos del brazo del joven se erizan, sus pupilas se dilatan de excitación, acaba de hacer el negocio de su vida.

Esta publicidad lleva la máxima de Hobbes "el hombre es un lobo para el hombre" al paroxismo. Invita a la disolución de todo lazo social, sólo deja en pie y de manera desnuda, la relación del capital: un mundo sin fraternidad, sin igualdad, sin libertad. Un mundo así nos remite a los albores del capitalismo, donde las condiciones de trabajo y de vida de las grandes mayorías asalariadas, que eran expulsadas del campo y hacinadas en suburbios obreros sin derechos, trabajando entre 12 y 16 hs en condiciones insalubres, con expectativas de vida de 35 años, hacían las delicias del crecimiento industrial. Tiempos en los que no existía el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, a la dignidad humana.

"Pero nadie nos plantea volver al siglo XVIII", me podrán decir, y tienen razón. Allí entra la segunda publicidad que nos ocupa, en ella una joven estudiante mira a cámara, en un formato que emula a un video de redes sociales. En ese plano medio vertical, se dirige a otras/os estudiantes y les dice: "Chicos, en la facultad un compañero me mostró esta página de acá y literalmente me salvó el cuatrimestre entero y me ahorró horas de estudio al pedo, literal. Así que se las voy a mostrar". La publicidad es de una página que ofrece servicios de IA académica.

La solución a la dificultad y el esfuerzo intelectual que supone realizar una carrera universitaria están resueltos por un "click". ¿Para qué gastar "horas de estudio al pedo", si una IA me salva el cuatrimestre? Una carrera universitaria está compuesta por diez cuatrimestres aproximadamente, así que clickeando diez veces, podríamos "salvar" la carrera entera. Una quimera que se parece más a la Isla de los Juegos de Pinocho, que a la construcción de una carrera universitaria. En esa Isla de los Juegos, los niños se convertían en burros.

Estas publicidades ilustran procesos de transformaciones que se vienen impulsando a nivel mundial en el terreno de la educación en las últimas décadas con mayor énfasis: una educación precaria, meramente instrumental, que desarrolle las “habilidades blandas” y la “resiliencia” para adaptarse a las necesidades actuales del “mundo del trabajo” y sus “nuevas formas de empleo”, cada vez más precarias a medida que la inteligencia humana es reemplazada por la artificial.


La historia de la educación argentina es la historia de la lucha entre reforma y contrareforma.

Durante todo el siglo XX, Argentina fue vanguardia en América Latina en lo que respecta a calidad educativa y científica, y al aporte de éstas a la búsqueda de soluciones a las problemáticas humanas. Argentina tiene cinco premios Nobel, todos ellos surgidos de la educación pública.

En gran medida, este lugar central tuvo que ver con la gran transformación que significó la Reforma Universitaria de 1918 que derrotó a la reacción oscurantista y le dio un impulso continental a las reformas universitarias y a los movimientos políticos transformadores. La reforma incorporó el Cogobierno con participación tripartita de Estudiantes, docentes y autoridades. También la libertad de cátedra, las cátedras paralelas, la extensión universitaria (para vincular el saber con las necesidades del pueblo). En su manifiesto liminar los estudiantes cordobeses proclaman “si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección”.

Pero en 1922, el gobierno de Alvear lanzó una contraofensiva a la que la historiografía llamó “Contrareforma”: en noviembre ocupó con el ejército distintas universidades (Litoral, Córdoba, etc.), reformó los estatutos, limitó la participación estudiantil en el cogobierno, instaló interventores. Durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, encontraremos estas tensiones en la historia de la Universidad.

Pero también los demás niveles educativos transitaron estas tensiones. Pensemos, por ejemplo, en el histórico conflicto de Laica o Libre, de mediados del siglo XX, o la Marcha Blanca del ’88 (a la que fui cuando tenía 12 años, acompañando a mi madre maestra), o los años ‘90s con la Ley Federal de Educación, o la Ley de Educación Superior.

Hoy nos encontramos en un proceso de reforma estructural de la educación que profundiza el camino de adaptación de la educación a las necesidades del capital. Hace décadas que los organismos internacionales vienen impulsando reformas que agudizan el vaciamiento de los contenidos escolares y académicos. En 2011 el Banco Mundial introduce en sus documentos el pasaje del  planteo de “Educación para Todos” por el del “Aprendizaje para Todos”, impulsando el abandono de las disciplinas del conocimiento y su sustitución por el desarrollo de “habilidades blandas” y toda una perspectiva de precarización y vaciamiento educativo, que en nuestro país se encarna tanto en las políticas del gobierno nacional como en diversas jurisdicciones mediante reformas en todos los niveles educativos.

Estas reformas no solo comparten los lineamientos del Banco Mundial, sino que también tienen otra cosa en común, ninguna fue consultada a quienes le dan vida a la educación (docentes y estudiantes), en ninguno de los niveles: ni inicial, ni primaria, ni media, ni superior (incluido el sistema nacional de universidades que también está transitando una reforma con el Sistema de Créditos que nadie discutió).

Sabemos lo que ellos quieren de la educación, ahora la pregunta es: ¿nosotros qué queremos de la educación?

Hoy la educación está en una encrucijada, y quienes le damos vida deberíamos tomar cartas en el asunto: en cada escuela, en cada profesorado, en cada universidad, en autoconvocatorias, en plenarios, impulsando un debate nacional desde abajo.

Porque saber nos empodera, nos permite transformar la realidad.



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