El barrio en donde vivo
- Arte Parte
- 17 oct
- 2 Min. de lectura
por Taty F., 5to año
El barrio Santa Rosa, antes de ser un vecindario, era puro campo. No había calles, ni casas, solo pasto y silencio. Todo cambió durante el gobierno de Néstor Kirchner, se construyeron las “casitas” para que las familias pudieran tener un techo donde vivir; poco a poco las calles de fueron llenando de vecinos, chicos jugando y el barrio fue creciendo.

Hoy, en Santa Rosa, los pibes se juntan a jugar a la pelota o compartir un parlante con música. Allí, donde el barrio y las calles huelen a marihuana, a humo, a algo roto que ya nadie intenta arreglar. En ese rincón del conurbano, donde la vida vale poco y la droga circula como si nada.
El barrio Santa Rosa se divide en tres partes: los del fondo, los del medio y los de adelante. Y aunque parezca todo lo mismo, no lo es. Cada parte tiene sus propios problemas.
Donde se encuentran hasta narcos y sicarios como si nada, que venden droga y armas a los más jóvenes.
Casi siempre hay quilombos, robos, tiros al aire, amenazas entre bandas, bronca entre los pibes (algunos de doce o trece años), que hasta se atreven a asaltar a sus propios vecinos; banda de pibes que se juntan a robar y a quemar los autos de los demás. Nadie dice nada: el que habla no llega vivo a su casa.
Y cuando llega el Día del Niño, todo cambia por un rato. Las caras serias se transforman en sonrisas
Pero no todo es oscuridad. En el mismo playón donde muchos nenes y nenas juegan, pasando tiempo en familia, también se hacen jornadas de vacunación para cuidar la salud de todos. Las enfermeras llegan temprano, y uno a uno, los vecinos se acercan: algunos con miedo, otros con la esperanza de que las cosas mejoren.
A veces también se arman ferias en la plaza, donde vecinas y vecinos venden ropa usada, nueva, comida casera y artesanías para juntar algunos pesos. Entre los puestos se escuchan charlas, risas y algún chiste para aliviar la carga de la semana.
Y cuando llega el Día del Niño, todo cambia por un rato. Las caras serias se transforman en sonrisas. Arman una fiesta grande en el barrio. Donde regalan juguetes y golosinas. Los más chicos corren felices, los grandes se olvidan por un rato del ruido de los tiros y la tristeza del día a día. Esa fiesta la organiza la misma gente de la comunidad, los que todavía creen que se puede, que hay algo que vale la pena cuidar.
Porque Santa Rosa también es eso: un barrio donde duele vivir, pero donde también hay personas que no bajan los brazos, y tratan de salir a adelante.




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