Cuento creado por estudiantes de las escuelas secundarias n°1, 11, 14, 16, 35, 36 y 56, todas ellas con orientación en comunicación, en el taller “Contame” realizado por Revista Arte y Parte en el III Congreso de Comunicación FV.
Editado por Iván Mantero
Esta historia cuenta las aventuras de Godofredo, un joven al que le gusta saltar y gritar lo que siente. A Godofredo su mamá lo llama Godo, salvo cuando está enojada, y ahí sí lo llama por su nombre completo.
Godofredo ama leer y escribir, también le gusta donar lo que ya no usa. Sabe mucho y decide siempre lo que tiene que hacer. Se lo suele ver llevando consigo una mochila, en la que guarda sus cosas, y de la que saca de tanto en tanto sus ahorros: le gusta invertir sus monedas de oro cuando una buena oportunidad se presenta.
Godo es muy agradecido con su mamá, porque cada vez que sale y tiene una aventura nueva, ella lo escucha muy atentamente. Pero la mamá no sabe que en todas las aventuras Godofredo siempre, siempre, se enfrenta a grandes peligros, porque él prefiere excluirlos del relato para no preocuparla.
Un día, la mamá de Godofredo le dijo “Godo, ¿podés ir a comprar fruta?”. Y Godofredo aceptó, agarró su mochila y salió a la aventura. Ellos vivían en el campo, y para llegar al pueblo debía recorrer un largo camino.
El camino hacia el pueblo era peligroso, se sabía que en las afueras, asechando entre los árboles y las rocas, se escondían bandidos que asaltaban a los viajantes para robarles sus pertenencias. El bandido más temido se llamaba Cerción, quien era un hábil luchador que provocaba a todos los caminantes a enfrentarse con él. Bravucón impiadoso, mataba cruelmente a quienes caían derrotados.
Godofredo salió corriendo de su casa hacia el pueblo y después de un rato de correr, sintió la necesidad de caminar para descansar. Consiente de los peligros que se le podían presentar en el resto del viaje, tomó una rama para borrar el rastro de sus pasos mientras avanzaba.
Concentrado en la tarea de borrar las huellas de sus zapatos, no se percató de que delante de él había un hombre parado observándolo con las manos en la cintura. Godofredo sintió que su cabeza golpeó contra una piedra y cayó al piso, pero al alzar la vista pudo ver que aquello con lo que había chocado era el pecho de una persona. Bajo la sombra del sombrero, que le ocultaba el rostro, solo se veían dos ojos rojos, como encendidos. Era el temible Cerción.
Godofredo no sabía qué hacer, el corazón se le iba a salir del pecho. Si bien era aventurero, Godo no era un temerario. Tenía miedo de morir. Cerción mirándolo fijo le dijo “levántate, pelearás conmigo hasta la muerte o me dejarás todo lo que traes y volverás a imprimir las huellas de tus zapatos huyendo por el mismo camino por el que viniste”.
Ante las dos opciones que el bandido le proponía, Godofredo pensó rápido y tomo una decisión. Ni lo uno, ni lo otro, correría con todas sus fuerzas hasta llegar al pueblo. “Bueno, te doy lo que tengo”, le dijo, y sacó una de las monedas de oro del bolsillo de la mochila, la posó sobre la uña del pulgar derecho y la arrojó alto, haciéndola girar como cuando se tira a cara o cruz. Su vida estaba en juego a cara o cruz. La moneda de oro resplandecía con el sol y esto distrajo a Cerción. Godofredo aprovechó la distracción para salir corriendo a toda velocidad hacia el pueblo. Mientras corría pensaba “arrojar la moneda fue la mejor inversión que hice en toda mi vida”.
Godofredo logró alejarse unos 50 metros antes de que Cerción se diera cuenta del engaño. Cuando agarró la moneda y miró a su alrededor estaba solo. Enfurecido, comenzó a perseguir a Godofredo, con una velocidad sobrenatural.
Si bien había logrado ganar distancia, Godofredo sentía que Cerción era muy veloz y que se le acercaba. Mientras que sus ojos ya podían ver el pueblo, sus oídos sentían cada vez más fuertes los pasos del bandido.
Ya estaba cerca de las puertas del pueblo cuando sintió que el olor rancio del aliento de Cerción lo envolvía, anuncio inminente de un trágico final. Fue en ese momento que cruzó mirada con un sapo que estaba unos metros más adelante e inmediatamente llevó su mano a la mochila y sacó su libro de magia y empezó a leer un conjuro, haciendo que el sapo se hiciera gigante, asustando a Cerción, quien huyó despavorido.
Por todo el pueblo corrió la noticia del sapo gigante que ahuyentó al temible Cerción. Cuando Godofredo volvió a su casa con las frutas, no fue necesario contarle a su madre su odisea, porque la historia de un sapo gigante que espantó al temido bandido, había llegado antes que él.
“Tomá mamá, acá te traje las frutas. No sabés lo…” “Sí, sé [dijo ella]. Ya me enteré que en el pueblo apareció un sapo gigante que asustó a un bandido. ¿Cuántas veces te pedí que no uses la magia cerca del pueblo? La gente no entiende y se lo pueden tomar a mal. Nuestra familia tuvo que mudarse por esas incomprensiones en el pasado, cuando perseguían a brujas y magos”. Godofredo le explicó la gravedad de la situación, que había sido de vida o muerte, y que con esa acción también salvó al pueblo. La madre lo entendió y se abrazaron con alivio.
El nuevo mito del sapo gigante corrió de taberna en taberna, metiendo miedo en el corazón de los bandidos, que asustados se alejaron del pueblo. Pero el rumor, concentrándose en la gigantesca aparición fue desdibujando el origen mágico del hecho y la autoría de su hacedor. Y Godofredo nunca más habló del tema para proteger el secreto de aquello que más le gustaba: hacer magia.
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