por Alfredo Salvatore
El fútbol late en el barrio, en la polvareda de pelotas trabadas, en un pique en profundidad, en un pase al compañero libre. El fútbol vive en pies de todas las edades y recorre todos los espacios: clubes, plazas, calles, baldíos.
El fútbol es un juego colectivo, el morfón no entiende el juego, puede ser veloz, tener técnica, pero si no juega en equipo su habilidad pronto se evidencia en derrota, porque los adversarios no perdonan cuando tienen la oportunidad de recuperar el juego y meter un gol.
Pero el partido del que quiero hablar hoy no es de fútbol, aunque tenga muchas cosas en común. Hoy quiero hablar del partido que cotidianamente desarrollamos por el buen vivir. Como en todo partido necesitamos definir los equipos, la cancha, las reglas del juego, los referí, y antes de todo esto, el sentido mismo del juego.
¿Qué entendemos por buen vivir*?
Seguramente cada uno de nosotros entendamos cosas distintas, porque la idea está ligada a los deseos, y todos tenemos deseos que son personales. Pero podemos encontrar seguramente algunos denominadores comunes como para construir una mirada compartida.
Yo personalmente recuerdo que de chico vivía cerca de un gran predio ferroviario, y que iba con mis amigos a jugar ahí. Íbamos en bicicleta o al trote, no llevábamos más que una pelota, cuando teníamos sed nos acercábamos a alguna de las canillas que los vecinos tenían en la vereda para el riego o la limpieza y tomábamos agua, a veces teníamos que pasar la reja para llegar a la canilla, y eso le daba cierta tensión a la cosa. Para mí eso representa el buen vivir. No solo por el disfrute libre de niños jugando en el potrero, sino porque mi madre estaba tranquila con que yo me pasara horas fuera de casa. No tenía miedo. Eso, para mí, también es parte.
No teníamos un mango, ella era docente y en los ‘80s no llegábamos ni a palos a parar la olla. Con suerte en esa olla nadaban a sus anchas los fideos de la Caja PAN, y a veces también restos de comida donados por vecinos. Claro que el buen vivir también implica llegar a fin de mes con las necesidades materiales cubiertas.
Cuando veo a los chicos jugando en las plazas del barrio, o en las calles, o en los patios de las organizaciones, me acuerdo de mis propios años de infancia, pero noto que ya no hay un clima de tranquilidad, veo a los adultos atentos de que el rato en que los chicos están jugando “todo esté tranquilo”, y si algo raro se presenta, rápidamente les dicen “vamos, vamos, vengan para adentro”.
Entonces hablamos de la satisfacción de los derechos en general, pero también de encontrar tranquilidad, confianza de que nuestro lugar es vivible, que nuestros niños y jóvenes pueden explorar el mundo, aprender, desarrollarse, jugar, enamorarse, crear en un ambiente seguro. Yo, que tengo dos hijos, sé que si ellos están bien, yo estoy tranquilo, y eso nos debe pasar a todas las personas que tenemos hijas/os, sobrinas/os, hermanas/os.
De los equipos
Podemos decir que todos aquellos que pensamos el buen vivir en estos términos, pertenecemos al mismo equipo. Equipo que, estoy seguro, está compuesto por la gran mayoría de las y los vecinos del barrio. Nuestros pibes y pibas crecen en nuestras calles, plazas y potreros. Queremos que sean felices, si notamos que se ponen en riesgo, les enseñamos. Cuando crecen, seguimos queriendo que sean felices, aunque durante la adolescencia sea más complejo que sigan nuestras enseñanzas, y es lógico que así sea.
Otros equipos también quieren a nuestros pibes y pibas, pero no para verlos felices, sino para lucrar con ellos. Algunos quieren criminalizarlos, porque les es funcional a sus juegos políticos, otros los quieren drogados, para engordar sus billeteras, etc. No los quieren felices, no les importa ponerlos en riesgo, no les importa que tengamos temor (hasta diría que es parte de su juego), no les importa el buen vivir.
Es cierto que, como decía antes, el buen vivir tiene que ver con los derechos, y todos los días nos deslomamos para de una forma u otra tratar de cubrirlos de la mejor manera. Todos vemos que las condiciones de vida se dificultan cada vez más, y entonces, más ponemos el cuerpo y más agotados quedamos. Cuando volvemos a casa solo queremos reponer fuerzas para encarar el nuevo día. Vemos que el barrio está cada vez más complicado, y quisiéramos que la tranquilidad llegue mágicamente y que un día todo esté en calma.
La realidad nos pelotea todo el tiempo sin cesar y pensarnos como barrio se vuelve cada vez más difícil. Nos embarran la cancha con la quimera de que nos podemos salvar solos y no. Villa Hudson tiene una gran historia de encontrar soluciones como comunidad, tiene organizaciones e instituciones comprometidas que acompañan los reclamos, las necesidades, y también las alegrías y festejos.
Parar la pelota y jugar en equipo
Estas líneas son una invitación a parar la pelota y mirar alrededor. Pensar el juego en equipo para recuperar el buen vivir. Apoyar esos esfuerzos que desde el propio barrio se hacen para que las y los pibes tengan espacios saludables para formarse, compartir, divertirse.
Nuestras/os pibes se merecen una infancia y una juventud acompañada e inclusiva, lo más plena posible y que les abra horizontes. No sé cuáles sean las acciones que tengamos que hacer para lograrlo, lo que sí sé es que este es un partido en el que todos jugamos.
* Según la CEPAL "El Buen Vivir es la forma de vida que permite la felicidad y la permanencia de la diversidad cultural y ambiental; es armonía, igualdad, equidad y solidaridad".
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