top of page

Coaching en el subte

  • Foto del escritor: Arte Parte
    Arte Parte
  • 29 nov
  • 3 Min. de lectura

por Iván Mantero


ree

Hace unos días fui con mi pibe al médico. Un viaje en subte, una combinación. Nada del otro mundo.  Ya de regreso algo me llamó la atención: una mujer sentada en frente nuestro, con sus dos hijos, estaba mirando un video en el celular con el volumen alto, tanto que el discurso del personal trainer que explicaba las claves del éxito en el mercado del emprendedurismo, sentía que me estaba hablando a mí.

 

La señora miraba el video con la atención de quien está estudiando, tratando de extraer de las palabras del maestro los conocimientos que su discurso contiene y que aún no comprende:

 

“Para triunfar en un mercado competitivo y saturado como el actual, tenés que dar lo que el mercado necesita, no lo que vos crees que tenés que dar, o lo que todos dan. Yo soy Personal trainer, y muchos de mis potenciales clientes no me convocaban cuando recibían mi publicidad. Un día, le pregunté a uno de ellos si había recibido mi propuesta y que le parecía, y me dijo: ‘Tu propuesta está muy buena, me encantaría poder probarla, pero los horarios que ofrecés no me sirven’. Entonces, pensé en qué era lo que el mercado estaba necesitando, y entendí que debía dar mis servicios en los tiempos en los que mis potenciales clientes los necesitaban. En la nueva campaña publicitaria propuse: ‘el horario de entrenamiento lo definís vos en función de tu agenda’. Me llené de clientes. No esperes que el mercado te de lo que vos no estás dispuesto a darle al mercado ”.

 

Mientras la madre estudiaba el video, sus hijos compartían galletitas. Sus manos pequeñas y sucias entraban en la bolsa metalizada, y de allí directo a la boca. A veces, los bocados se condimentaban con mocos que colgaban de sus narices, cuando las mangas largas de sus camperitas deportivas no llegaban a limpiarlos. El más pequeño, que estaba al lado de su madre, a veces agarraba una galletita y la acercaba a la boca de su concentrada madre, que pese a estar absorta por las luces en movimiento de su pantalla, le ofrecía afectuosamente su cuerpo para que se recostara.

 

La suciedad de las manos de los pequeños entonaba con el estado de las ropas y calzados de todo el grupo familiar. Parecía una familia indigente, o cuya manera de subsistencia era hurgar en la basura.

 

La imagen me impactó, me lastimó, como diría Barthes en La cámara lúcida, me generó mil preguntas. Sentí su angustia detrás de la obstinación por comprender “las claves del éxito” . Una madre angustiada pero entera, que aún en las peores condiciones de subsistencia ofrece cuidado y contención a su prole, dos niños que juegan y comen galletitas recostados en su madre. Niños, que como todo niño que está jugando, están en su mundo. ¿Cómo será ese mundo suyo? ¿Cuáles sus juegos? Sean los que sean, son alegres porque están juntos. El cuidado de esa madre a sus hijos se ve en la capacidad de esos niños de estar en un mundo de juego y disfrute, pese a todo.

 

“No esperes que el mercado te de lo que vos no estás dispuesta a darle al mercado” , le repite una y otra vez el rewind del video, mientras las luces de colores parecen ejercer un efecto hipnótico en la mujer. Y a la violencia objetiva que la sociedad ejerce sobre esa familia, se le suma el abuso simbólico de la meritocracia que la culpa de su condición como si la vida le dijera: “si no conseguís medios para vivir es porque no le estás dando al mercado lo que el mercado necesita de vos. No te quejes” .



Comentarios


bottom of page