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Juventud e inseguridad

Actualizado: 12 jul 2023

por Iván Mantero [i]


Hace unos días que vengo escribiendo este artículo con una imagen de diciembre fija en la cabeza, la de tres policías en un vehículo sin patente ni identificación que persiguen a chicos que volvían en su auto luego de hacer un entrenamiento en el Club Barracas Central, y que terminó con el asesinato de Lucas González de 17 años.

Lucas murió al día siguiente en el Hospital El Cruce – Nestor Kirchner de Florencio Varela, a tres cuadras de la universidad donde doy clases, la UNAJ.

El barrio San Eduardo, donde vivía, es un paso obligado entre la UNAJ y Villa Hudson, donde desde hace 9 años trabajo con las organizaciones e instituciones del territorio. Lucas podría haber sido alguno de los muchos chicos con los que compartí actividades durante este tiempo. Tal vez por eso es que siento la necesidad de contarles la mirada que esas organizaciones barriales tienen de los jóvenes y la inseguridad. Para ello vamos a volver un poco en el tiempo.

Vuelta al barrio

El martes 14 de septiembre volví, después de varios meses, para participar de la primera reunión presencial de Red del año. La Red Villa Hudson se constituyó al calor de la crisis del 2001 y funcionó unos años, luego, en 2010 volvió a conformarse como un espacio donde organizaciones e instituciones diversas del territorio construyen una articulación potente que tiene como horizonte buscar soluciones a las problemáticas comunes del barrio, con especial énfasis en las infancias y adolescencias. Hace ya casi diez años me convertí en un miembro de la Red. El último encuentro había sido en diciembre del 2020 para cerrar un año marcado por el ASPO primero y el DISPO después.

Nos reunimos en el Sum del CAPS Villa Hudson. Patricia propone armar un temario. “La inseguridad; los proyectos de jóvenes” dice Chavela. “Lo de la prevención en salud estaría bueno” dice Cristian. “La inseguridad en la Tosquera” propone Claudio. “Yo traigo una propuesta desde la UNAJ” digo. “Sí, sí, pongamos UNAJ”, me responden (siempre que llevo alguna propuesta desde los proyectos de vinculación, el punto lo llaman “UNAJ”, eso me genera orgullo y un fuerte sentido de responsabilidad).

Queda claro que los problemas no son compartimentos estancos. La inseguridad no es un asunto exclusivo de la agenda policial. La tosquera Scarpatto es un espejo de agua peligroso que está pegado al barrio, en él han muerto muchas personas, en su mayoría jóvenes y niños que acuden allí los días de mucho calor. Las gestiones y los reclamos de vecinos han logrado que se coloquen dos garitas con custodios, pero el predio es muy grande y eso solo no alcanza. Hace pocos días las familias se movilizaron nuevamente cortando la Av. San Martín. Gran parte del barrio carece de alumbrado público y las calles de tierra están en mal estado. La infraestructura urbana también es motivo de inseguridad, es inseguro cuando no llegan las ambulancias, la recolección de residuos o cuando no ronda un patrullero. La basura también lo es, no es seguro transitar por espacios públicos que se vuelven un basurero a cielo abierto, no es seguro para la salud de las personas ni para la salud del medio en el que vivimos.

Juventud y mano dura

Existe un discurso que va ganando terreno en la sociedad que plantea que la causa de la inseguridad está en la pobreza y en la juventud, o sea en las juventudes de los márgenes. Que la solución es mano dura y bajar la edad de imputabilidad. Endurecer las penas y en casos extremos, como veremos a continuación, “desregular” las garantías democráticas y desconocer los derechos humanos.

En una entrevista que el periodista Eduardo Feinmann le realizó a José Luís Espert en radio Ridavadavia, este dijo que era necesario “transformar en un queso gruyere a un par de estos delincuentes. […] Después empecemos a hablar de cárcel o bala, pero primero bala”. Ante la actitud condescendiente de su entrevistador, Espert se declaró a favor de “bajar la edad de imputabilidad y darle apoyo político a la Policía”.

Unos días después, tres policías persiguieron a Lucas y sus amigos ejecutando la “Propuesta Espert” que terminó con su vida. En realidad su idea es una continuidad de la “Doctrina Chocobar” de Macri-Patricia Bullrich, que también se puede encontrar en diversos casos de gatillo fácil en todo el país, incluyendo la provincia de Buenos Aires. Tras el asesinato de Lucas, Espert defendió sus dichos manifestando que la policía “sale con orden de no tirar, entonces cuando tira, tira para cualquier lado”. Al día siguiente del crimen, Eduardo Feinmann salió a justificar a los policías mediante una supuesta teoría de la “doble paranoia”.

Estos dos personajes son prototipos de un vasto sector del periodismo, los medios de comunicación y la política que impulsan la doctrina de la mano dura. Pero este argumento explota en mil pedazos cuando uno mira los índices de abusos policiales y casos de gatillo fácil. El informe 2020 de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) señala que desde el retorno de la democracia han sido asesinados a manos del aparato represivo casi ocho mil personas, en su gran mayoría jóvenes, y que en los últimos años el promedio es de una persona cada 20 horas. “Los años 2018 y 2019, con 497 y 480 casos respectivamente, muestran el récord absoluto de muertes a manos del aparato represivo estatal bajo el reinado de la Doctrina Chocobar”, señala el informe.

El peligro en los márgenes

En 2019, antes de la pandemia, hubo en el barrio de Villa Hudson un recrudecimiento de la inseguridad a manos del narcotráfico. Tiroteos frente a los comedores repletos de niñes; disputas entre bandas en la plaza a plena luz del día; aumento del consumo problemático de drogas; reclutamiento de niños/jóvenes del barrio como “soldaditos”; aumento de los robos a las instituciones y personas; etc. Este proceso llevó a la organización de las y los vecinos junto a la Red, la convocatoria a reuniones con las autoridades municipales y policiales de la zona y la realización de una marcha multitudinaria de “Abrazo a las instituciones” que recorrió de punta a punta el barrio. .

En esas reuniones María, vecina y mamá, le dijo a las autoridades policiales: “Nosotros no queremos que lo lleven al menor. Lo que queremos es que ustedes vayan al nido, a donde está la droga, donde sale la distribución, el que está usando a nuestros hijos. Y son nuestros hijos los que están perdidos en la droga utilizados por los grandes narcos. Entonces, no sirve de nada que lleven a nuestros hijos. Invadan donde están, y ustedes saben dónde están”. Y acompañando su demanda , desde la Red les plantearon que “acá el barrio necesita que ustedes prevengan, […] nosotros como barrio nos vamos a dar una instancia preventiva vinculada a los chicos que consumen o no consumen, estoy segura que como escuelas, como centro de salud podemos armar algo, un dispositivo preventivo. Pero sin ustedes no podemos hacer nada”. Durante un tiempo las cosas en el barrio se calmaron, pero durante la pandemia la situación volvió a recrudecer.

La inseguridad de la juventud

Hoy, dos años después, la Red vuelve a discutir la inseguridad, e inevitablemente piensa en las y los pibes. “Lo que hay que hacer es generar espacios para los adolescentes, y para los pibes en general, que están perdidos en la droga, o están robando, o lo que sea, que tienen mucho tiempo libre, y que podamos armar algunos espacios, ya sea talleres de capacitación, laborales, talleres de música”, —propone Cristian. “Nos tendríamos que enfocar de lleno en eso. Porque hoy, yo por ejemplo, tengo que ir a despedir a un chico que se crió en el comedor” —cuenta Lili sobre un joven que se suicidó el domingo anterior—. “Es el tercer chico del comedor”.

“Al Haciendo Patria van los pibes —dice Cristian—, les mirás la cara, y vos ya sabés lo que les está pasando. El tema es la contención. Está bien, la seguridad es importante, pero ¿qué es más importante, la seguridad o que esos pibes puedan ser mejores para la sociedad?”.

Varias de las instituciones y organizaciones de la Red tienen trabajo con adolescentes, pero el principal obstáculo es la sostenibilidad. Patricia recuerda que “ya hubo una experiencia, que venían profesores, pero no se pudo sostener, porque obvio que no es pago eso. No teníamos para pagar. Había un compromiso de la persona, pero después no pudo sostener porque le salió un trabajo, o cuestiones así”. “Nosotros ni siquiera pudimos arrancar con el taller de guitarra —cuenta Chavela de Casa Abierta—, porque el municipio nos ofrecía el taller, pero teníamos que tener mínimo siete guitarras, una por alumno. Porque el municipio solo proveía una que era la del profesor. ¿Cómo hacés para que cada pibe tenga una guitarra, si ni siquiera tienen para comer?”

En el debate colectivo surgen posibilidades, aportes y articulaciones que se van compartiendo. Probablemente lo que una organización tiene o consigue no será suficiente para realizar una acción, pero sumado a lo que aporta otra organización, ambas se complementan y se vuelve realizable.

“Hay que salir a buscarlos a los pibes –dice Cristian–. La cosa es ir, hablar con ellos y decirles ‘che, hay un lugar’, o ‘este fin de semana, o el otro va a haber un lugar’, o ‘se está armando un taller que es de la Red que son todas las organizaciones, si querés podés ir a tal organización, o a tal otra, pero acercate, que el lugar está y te están esperando’. Porque es fácil mandar a la policía y quejarse de la inseguridad”.

El problema de la inseguridad no son los pibes de las barriadas. Son ellos los que sufren la inseguridad en sus manifestaciones más extremas e inhumanas, y en esas condiciones, en esos márgenes, caen. Entonces, ahí, en esa profunda y experiencial comprensión del drama social en el que estamos inmersos, es que se genera la ecuación inversa, en la que en vez de la bala, buscamos el rescate.

Como parte de esta construcción, se comparten recursos materiales, simbólicos y humanos. Esto se puede ejemplificar con muchas situaciones compartidas: proyectos de la Escuela en los que las/os estudiantes construyen conocimiento junto con las organizaciones del barrio; el Centro de Salud generando con las organizaciones postas de salud; los festejos del Día de la Niñez; los proyectos de talleres de cine para niñes y adolescentes; los talleres de oficios, de juego, y un sinfín de etcéteras. Todo ello partiendo de la comprensión de que la solución a los problemas empieza con el fortalecimiento de los vínculos entre vecinos, con la contención a las y los jóvenes, alimentando las prácticas solidarias de la comunidad. Sobre todo cuando ese tejido social sufre tan fuertemente los golpes de la precarización de la vida.

Año tras año, veo como aquellos que eran estudiantes de las escuelas, o niñas/os que asistían a los comedores, al egresar de la escuela, o al transformarse en jóvenes, vuelven a colaborar con las organizaciones y, por medio de ellas, con las nuevas generaciones de niñes que encuentran en la red comunitaria no solo un plato de comida, sino también espacios de contención, juego, aprendizaje, expresión.

Hay que invertir la ecuación. En vez de pensar que las juventudes nos amenazan y que la solución es “bala y gruyere”, es preciso comprender que ellos son los amenazados, que esos jóvenes son nuestros hijos e hijas. Si las infancias y juventudes son víctimas de la inseguridad alimentaria, habitacional, educativa, y más en general de perspectiva de futuro, es preciso poner el foco allí, y cuestionar todo lo que sea necesario cuestionar. Como hace la Red Villa Hudson


[i]nota escrita para la revista Mestiza de la UNAJ, en febrero de 2022. https://revistamestiza.unaj.edu.ar/juventud-e-inseguridad/

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